martes, 6 de marzo de 2007

05 ene 07

En un intento por sepultar su frustrado pasado de cantante, Alfredito Rodríguez, quien nació con un don especial para entonar pregones en el paseo del prado, ha decidido producir una nueva imagen que sustente su infantilismo patológico. Como el mismo lo ha pregonado en esa clásica e inolvidable canción suya "¡ay, que me encapricho!", su obsesión por llevarse a la televisión a sí mismo responde ya más que a un capricho irracional a un móvil del carácter mucho más avieso. 

 Al escuchar sus primeros programas por la televisión nacional me apacigüe pensando que sólo se trataba de un imbécil que el descuido, el azar y la suerte, habían introducido de repente en la red nacional de programación. Pero si fuera solamente esto, sería más fácil entender, los desvaríos y el desatino que acompañan a sus últimos programas. Un análisis pormenorizado del asunto nos conducirá al punto en cuestión.

 Lastimado en su ego por las últimas y validadas criticas- no ya de críticos en su función-  de personas que hacen buen uso de su sentido común, decide marcar la diferencia con sus últimos programas y para ello- para su propio extravío- cuela en su dislate a personalidades prestigiosas de la cultura cubana, en un intento desesperado por instaurar ante los "malvados sensores"  la imagen de un iniciado que pretende entrenarnos en lo que el mismo llama "la diferencia", su original manera para definir lo cursi. Carilda Oliver Labra, primera Víctima, es sometida a un interrogatorio procaz, realizado con elementos ambiguos y zigzagueantes. Y digo Victima, porque ella, al igual que Jorge Perugorría, y el resto de los invitados, sin desearlo, se han convertido en punta de lanza de una campaña personal que en los finales del primer programa asume todas las características de una apología política religiosa realizada por el líder místico en persona. Y he aquí donde la imbecilidad se junta en su desesperación con la perfidia. ¿Quién que haya sido invitado a un programa de nuestra televisión nacional imaginaría que tras la sonrisa amable, el edulcorante elogio, la súplica rimbombante, se pueda esconder la  sedición?  Tengo la convicción que estas dos extraordinarias personas que disfrutan del respeto de nuestro pueblo y poseen más allá de las fronteras del mismo una garantía a toda prueba de elevada condición intelectual se han sentido defraudadas, se habrán quedado pensando en su intima naturaleza: ¡Se trata solamente de un imbécil!

 Como consecuencia de nuevas críticas suscitadas a raíz de este primer programa, nuestro mambí cubano, que se hace llamar descendiente de Antonio Maceo, carga al machete con nuevos bríos. Eusebio Leal, invitado a este engendro televisivo, optó por rehusar la cicuta. Miguel Barnet, quien aún está en remojo, podría sorprender con su presencia la semana próxima. ¿Quién será el próximo? Tal vez Alfredito nos conduzca  a través de una sesión espiritista al encuentro de Rita Montaner o de Nino Bravo. No obstante, todavía no faltarán aquellos que caigan en la trampa de lo que se ha convertido en una vendetta. A Alfredo Rodríguez quizás le hubiera ido mejor si no se hubiera puesto a la defensiva ante las críticas justificadas que le han prodigado amorosamente, pero -he ahí su mayor absurdo- ha hecho evidente los principales objetivos de su aparición mística: dar una cachetada a sus detractores usando el

discurso de sus confiadas "presas"  como bases teóricas de su doctrina  kitsch. Con ello sólo ha logrado alertar a quienes no estaban  avisados y cobrado nuevas "simpatías" entre sus antiguos y recientes críticos.

 El pavoroso set seleccionado para la ocasión nos ubica en una caverna al principio del medioevo dispuesta para un ritual gnóstico. Todo confluye aquí, adivinación, paganismo, cristiandad difusa y catarsis esotéricas - de las mejores en su clase, disfrutamos la de Luisa María Jiménez, cuyo ensayo anterior le permitió ofrecer para el "sumo sacerdote y su público" la representación requerida-. A la usanza de las antiguas religiones el sacrificio resulta imprescindible para agradar a la deidad, un público ejercitado en los cotilleos de las telenovelas y hambriento por espiar sin recato en las propias fantasías del "el elegido". No se sorprenda nadie si en algún momento en esta serie de programas surgen preguntas como "¿Si usted no fuera revolucionario a qué partido político pertenecería, y si es un revolucionario dígame que opina del PCC?", o como esta: "¿Podría contarnos su primera experiencia sexual, fue con un hombre o con una prima?"; o como esta: "¿Dime si tú crees que yo soy un genio"? Preguntas toda cuyo fin artístico y humano es totalmente incomprensible, como otras que ya han surgido: "¿Jorge Perugorría, qué piensas de las personas que reprimen su homosexualismo (¿Qué piensas de las personas que les gusta la fresa y piden chocolate); o "Carilda, quiero saber si, en definitiva, te fumaste a José Ángel Buesa?; si debemos bautizar a los perros –ya que son preferibles a las personas (a los críticos); o como esta otra, para que no haya equivocaciones con el machazo: ¿Te gusta Santiago por las Santiagueras?", o como esta: "¿Luisa María, te has excitado sexualmente durante alguna escena con dosis de pornografía"? Ni más ni menos. Estas son, entre otras de la misma clase, las preguntas del sutil padre Alfredo. No llego a entender tampoco el extraño clima en que se desenvuelve la acción. Las velas sobre los troncos, ¿significan un apagón, o una velada espiritual? Los infinitos sermones sobre el bien y el mal, ¿a quién van dirigidos?, ¿quiénes son los diferentes de la "diferencia"?

 Lo más interesante de todo ello es que  las autoridades encargadas de dar fin al "payaso"  consientan en que una vez más disfrutemos durante este fin de año de lo que, más tarde o más temprano, ha de convertirse en lo último de su muy sabrosa cosecha.

 Una vez un personaje de la historia dijo que "cuando alguien mencionaba la paabra cultura en su presencia inmediatamente se llevaba la mano a la pistola". Si yo tuviera una pistola el miércoles próximo le daría un tiro a mi "panda".

 PEPINO

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