martes, 6 de marzo de 2007

05 ene 07

Friday, January 05, 2007 1:42 PM
El extraño caso de Alfredito

Es la primera vez que escribo en vivo y en directo. Me explico: tecleo
estas líneas a la par que miro el nuevo programa La diferencia,
conducido por el increíble Alfredo Rodríguez.
Aprovecho la novedosa modalidad de mi inexperto periodismo espontáneo
para no perder de vista este fenómeno inexplicable de los medios de
difusión cubana.
Recordemos aquel antecedente televisivo En familia con Alfredo,
inolvidable desfile de fenómenos, desafinaciones vocales, historias de
Corín Tellado y auto bombo. Espacio polémico que revivió la tan vieja y,
a mi juicio, pequeño burguesa idea de que los medios difunden lo que
al "pueblo" le gusta y
solicita. Aquella vez me asusté pensando "¡Uy! me dejaron fuera del
pueblo".
Para esta ocasión he sido más ecuánime.
Acepto y defiendo que la variedad es la esencia de una sociedad
verdaderamente democrática (pobre palabra) y que sus medios de difusión
de cultura, información y educación deben representar la mayor cantidad
de propuestas estéticas que encierre una realidad. Nos vanagloriamos,
con cierta razón, de tener una televisión diferente al resto del universo
(respetando a los extraterrestres). Es justamente por eso que no
entiendo una telenovela que intenta educar al televidente sobre los peligros de la promiscuidad  sexual poniendo a los homosexuales a destruir familias estables, felices
y con hijos contagiándolos con el SIDA y, en cambio no hay un solo
programa, reportaje o mención al mundo de los Travestis en Santa Clara o
sobre las lesbianas en el ejército.
Tenemos un concepto de variedad también bastante diferente al resto del
universo.
El asunto es que regresa Alfredito, como lo aclama "el pueblo"
integrado por las amas de casas subyugadas por una cultura machista y
nuestras abuelas tejedoras de un pasado que se descose por las puntas.
Parece ser que en el pueblo no hay solo muchos Camilos sino, además,
muchos pueblos.
Para empezar tropezamos con una escenografía digna de La hora de las
brujas (¿se acuerdan?) solo que en aquel delicioso programa ésta servía
al propósito.

Muchas velas sobre troncos cortados, lo que le daba a nuestra poetisa Carilda Oliver cierto aspecto macabro. Si a esto agregamos las sillas  que usaban los reyes de Shiralad y la mesa con el entrevistador en penumbras al otro extremo,
tenemos una auténtica sesión de Ouija. ¡Ah! y parece que los Girasoles
han desplazado, definitivamente, a la Mariposa como flor nacional.
Del contenido, más de lo mismo. En cualquier momento tendremos un pase
de cámaras y micrófonos a los sepultureros del Cementerio de Zapata o al
hogar de terneros sin amparo filial de Buey Arriba. Podemos esperar
cualquier cosa de tal desvarío.
Las preguntas, impresionantes. La modesta: "Carilda, ¿qué estás
pensando de mí ahora?". La ambigua: "¿Qué piensas de las personas que
les gusta la fresa y piden chocolate?" La engorrosa: "Jorge Perugorría,
¿te gustan los payasos?".
La música algo mejor, esta vez por lo menos, siempre con su orquestica
a lo Ringling Brothers y el dúo "ocasional" (ocasionado) con el
anfitrión, micrófono en mano, desde su trono.

El desatino de difundir propuestas como esta llega a la cima gracias al
discurso final que Alfredito, mirando a cámara, dispara en nuestras
narices. Diatriba de comentarios desafortunados sobre los críticos que,
según él no saben hacer su trabajo, apología despiadada de lo que gente
como él representa, sermón sin precedentes acerca de las bondades de la
televisión y el respeto a la pluralidad de criterios. Nuestro sacerdote
de la iglesia del  corazón parece no tener límites en mostrarse Mesías del mal gusto y
anuncia la resurrección del culebrón nacional.
Frases: "La televisión es sincera" (¿?),  "He regresado" (¡!).
Me pregunto si alguien va a dar una explicación al "otro" pueblo. Al
pueblo que cuestiona, al que piensa. Que alguien exponga una sola razón
para este extraño caso que se eleva por sobre los esfuerzos de esta
nación por ser cultos y profundos, flotando en la superficie más visible
de nuestra cotidianidad. Si hoy sembramos pinochos tontos mañana
tendremos, en vez de pueblo, una horda de burros dóciles.
¿Quién otorga estos espacios infinitos? ¿Quién niega otros espacios
necesarios? Queremos más respuestas y menos demagogia.
Suena absolutamente cínico el nombre de La diferencia. Esta no es
diferencia, es lo común, es lo repetido, es la norma imperial universal.
Gritada a voces y, lamentablemente, seguida a coro en el mismo corazón
de nuestra utopía de ser mejores.
Parece un mensaje salido de lo más hondo de la maquinaria anticultural:
Señoras y señores, quítense el cerebro, va a comenzar la fiesta.
No
conforme con la procesión de infortunios que supone el nuevo
engendro, que no se diferencia del anterior, Alfredo termina en la
verdadera cúspide, sobre la nube más alta de su propio parnaso. Cita,
con tonito de revista Vanidades, a Antonio Maceo en tono de
moraleja: "La palma está expuesta al rayo, pero se
mantiene erguida"

 Dan ganas de cargar al machete.

 

 



EL ELEGIDO

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