martes, 6 de marzo de 2007

17 ene 07

Pavonato, uno de los nombres del autoritarismo.

 

VÍCTOR FOWLER,

Ciudad de La Habana miércoles 17 de enero de 2007

 

 "La casualidad no es, ni puede ser, más que una causa ignorada de un efecto desconocido". (Voltaire)

 "La verdad nunca daña una causa que es justa". (Mahatma Gandhi)

 

 Hay que afinar, o ampliar, la mirada para estar en condiciones de realizar lecturas del suceso en un espacio global; proponer que la práctica se dirija en direcciones que, por lo común, arrojan resultados contradictorios tanto como complementarios. Trabajar hacia adentro del país, su Historia, devenir cultural, sistema social, dispositivos ideológicos, estructuras de control, espacios de circulación de opinión o negociación, sistema educativo (por todo lo que tiene de creación de tradiciones, canonización de hechos o figuras), problemáticas locales o de cualquiera de las muchas capas humanas que conforman la totalidad. Desplazarnos hacia la relación con el afuera, en tanto los países son parte de entramados regionales al mismo tiempo que del espacio mundial de las naciones, pertenecen a organismos de todo tipo, defienden allí su autonomía e identidad, sus políticas internas y proyectos con vecinos o países distantes, enfrentan conflictos o enconadas enemistades.

 

Durante varias semanas la televisión cubana ha estado transmitiendo las sesiones del coloquio titulado Fidel: memoria y futuro (ya va por el fragmento número 22 de esa celebración, que tuvo lugar durante el mes de diciembre pasado y duró varios días). Una reunión sorprendente, pues —en vida— se realiza sin la presencia de la figura a cuyo alrededor tiene lugar la asistencia; desde meses antes Fidel Castro se encuentra en período de recuperación de una enfermedad grave y, pese a todo tipo de especulación durante los días previos al coloquio, terminará por no asistir al evento, aunque bien puede decirse que lo preside desde lejos.

 

Vale la pena recordar que el Coloquio, con una asistencia de más de 3.000 personalidades, constituyó una manera de razonar el devenir del socialismo cubano, así como de establecer la necesidad y deseo de su continuidad. A reserva de que haya sucedido otra cosa en los salones, las sesiones transmitidas por la televisión hablan de un país estable, homogéneo alrededor de su historia, inmerso en luchas de supervivencia y desarrollo, una sociedad sin heridas o fracturas que elabora un futuro de ideales compartidos, y donde, por encima de las diarias dificultades de la vida, la felicidad es estandarte común.

 

En otro escenario de esa misma televisión, y justo por los mismos días de la transmisión del coloquio, un olvidado ex funcionario del mundo de la cultura, es invitado a ser la figura central de un programa (titulado Impronta y con una duración de cinco minutos) cuyo objeto, como el nombre indica, es hacer un rápido homenaje (casi un recordatorio) a aquellas personas que han dejado una huella importante en la cultura nacional. El funcionario se llama Luis Pavón Tamayo y, aparte de libros de poemas de escasa relevancia y su obra periodística, hace su verdadera contribución en términos administrativos durante los años que dirigió el Consejo Nacional de Cultura (1971-1975).

 

 

Al día siguiente, aparece un breve correo electrónico donde un escritor joven comunica su indignación por el homenaje, ya que ese antiguo funcionario es exactamente quien, al frente del organismo que entonces dirigía, instrumentó la política represiva que, en el sector de escritores y artistas, es comúnmente identificada bajo la denominación "quinquenio gris". Después de esto, y durante ya más de una semana, decenas de mensajes electrónicos son enviados dentro de la comunidad de los escritores cubanos; al inicio en el interior de Cuba, pasados pocos días con la participación de otros que ya no residen en el país.

 

II En realidad, lo sucedido es una suerte de avalancha caótica cuya mejor explicación es un estado de ira exaltada: una persona comienza con el envío de un mensaje a varios destinatarios; un pequeño grupo responde con rapidez y la comunidad de lectores los identifica como una suerte de líderes a quienes mandar, a su vez, nuevos mensajes de apoyo; finalmente, un nuevo grupo, esta vez de cubanos viviendo fuera del país, se suma al conjunto. Las primeras firmas indican que la mayoría de los integrantes del circuito son escritores, sobre todo aquellos que hoy tienen más de 60 años y que padecieron en carne propia aquellos desmanes de los que acusan al ex funcionario Pavón; esto se puede comprobar en el mensaje donde Arturo Arango, uno de los que más rápido suma su voz al rechazo, se pregunta si acaso los más jóvenes (él mismo pasa de los 50 años) no van a participar del intercambio.

 

Cuando, finalmente, comiencen a participar integrantes de dicho grupo interpelado, las consecuencias se tornarán dramáticas; personas que eran niños cuando tienen lugar los hechos de los cuales se hace responsable a Pavón, resulta que pueden relatar iguales, parecidos o emparentados sucesos en sus vidas de adultos. Dicho de otro modo, establecen una sólida línea de continuidad entre el ayer que alguien trató de limpiar, con el frustrado homenaje al ex funcionario, nuestras vidas presentes e incluso hay quien extiende la conexión hasta la vida que a nuestros hijos les espera. Para colmo, en el transcurso del intercambio, van siendo descubiertos hilos que conectan el "affaire Pavón" con otras acciones que, en semanas o meses anteriores, han tenido lugar en la televisión cubana: la invitación a Francisco Serguera, antiguo director del organismo, a una entrevista donde asegura no arrepentirse de nada; la entrevista (en otro programa) a Armando Quesada (quien fuera subordinado de Pavón, a cargo del mundo teatral cubano, y a quien se acusa de haber ejecutado la política de "parametración") e incluso la mención (como una fecha histórica digna de recordar) del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, del año 1971, de donde brotaron las directivas políticas para el tratamiento de la presencia de homosexuales en los predios educativos y en la vida cultural cubana a lo largo de la década, todavía con profundas consecuencias hasta hoy.

 

El grupo de los cubanos viviendo fuera de su país merece destaque aparte. Son más agresivos, emplean la ironía y la burla (contra la comunidad de escritores a la que, en fecha todavía bien reciente, pertenecían), algunos —al tiempo que se asombran y critican silencios anteriores— felicitan que haya ocurrido una repulsa tan unánime y, sobre todo, exigen responsabilidades políticas. No se conforman con una crítica al ex funcionario Pavón, sino que piden seguir los hilos del poder y rastrear, hasta sus últimas consecuencias, las conexiones de Pavón en el entramado político cubano de la época. Dado que, además, extienden la atmósfera de esos setenta hasta el presente, la aceptación de sus planteos prácticamente implica la necesidad de una revisión de la historia de la cultura nacional en el período revolucionario.

 

III Es difícil extraer reglas de algo que no es sino un intercambio caótico donde nadie es el centro y en el que el principal interpelado no ha respondido, así como tampoco cualquiera de quienes puedan compartir sus ideas acerca de cómo tratar los problemas de la cultura cubana (desde el punto de viste de alguien que la dirige y administra). En realidad, más allá de una conversación que alguien contó, ni siquiera sabemos qué puede pensar Pavón de sus años de funcionario en el terreno de la cultura o sus actuales valoraciones sobre el estado global de esa cultura (de la cual, al menos como periodista, poeta e investigador, continúa siendo parte). Ahora bien, puesto que en un momento de los intercambios uno de los participantes (Arturo Arango) introduce una digresión en el argumento central (llama a tener una mirada balanceada, pues la televisión también celebra la concesión del Premio Nacional de Ciencias Sociales al ensayista marxista Fernando Martínez) y puesto que otro de los participantes (Desiderio Navarro) se siente aludido y responde dando continuidad a la digresión, es justo precisar que tanto digresiones como respuestas —entre los participantes y ya no en dirección a Pavón— son posibles.

 

Si esta regla mínima es cierta, junto con el catálogo de prácticas de violencia cultural que han salido a escena, como en una erupción, igual es cierto que nadie de entre los participantes las ha contestado; dicho de otro modo, si bien es factible que no conozcan la realidad última de los episodios narrados o que los hayan escuchado mencionar siquiera, tal parece que —mediante la permanente actualización de un saber y una memoria compartidos— los aceptan como verosímiles. Atenuadas o activadas, según se les necesite, las prácticas de violencia son componente estructural del universo en el cual estas personas desenvuelven su cotidianeidad, son parte del "juego".

 

Por otra parte, aunque los participantes del intercambio son escritores y artistas, no pocos de los episodios que exponen se refieren a la vida de cualquiera (demonización de un tipo de música, prohibición de llevar pelo largo, pantalones cortados por la policía, internamiento u hostigamiento a homosexuales sólo por su identidad sexual, etcétera); otros episodios (censura de libros, de concursos, autocensura a la hora de realizar la obra artística, etcétera) son ya propios del campo cultural. Lo interesante aquí es unir ambos catálogos y hacer que la figura resultante intercepte (podemos considerar que esta figura es la del saber y memoria compartida) con el retrato de nación que brinda el coloquio al inicio mencionado, ya que —luego de cumplir con la tarea— el último más bien resulta una fantasía política compuesta con destino a una determinada audiencia externa al país.

 

Por una elemental demanda de coherencia, es necesario que la audiencia del tal discurso sea externa, pues ¿cómo imaginar que un sector de la sociedad (en sentido amplio, y dada la extensión del catálogo, la sociedad completa) celebre y se felicite de su propia herida?

 

IV Es importante, en este punto, plantear una operación delirante (hablar en abstracto cuando ya casi parecía que íbamos a concretar responsabilidades y nombres) y colocar aparte dos cosas que el coloquio unifica: los liderazgos de la Nación y el retrato que de ella se brinda.

 

Si esto es así, entonces hay que aceptar que es no sólo un retrato edulcorado, sino falso en no poco grado y bastaría para demostrarlo la cantidad de dolor que ha fluido en apenas una semana de intercambios electrónicos entre un pequeño grupo de escritores y artistas que, después de todo, no alcanza el medio centenar de personas. Visto desde otro ángulo (el de las posibilidades), no podemos siquiera imaginar lo que sucedería, lo que subiría a la superficie si, en lugar del estrecho circuito de estos intercambios, el proceso de revisión de este dolor es realizado, de modo abierto, en los más diversos medios de comunicación, centros de enseñanza, organizaciones políticas o sociales, si creciera hasta convertirse en un "tema" de debate en la sociedad cubana actual.

 

Claro que esto nos obliga a plantear el tema de la responsabilidad. ¿Qué hacer con Pavón, el funcionario que estructura un dispositivo de control y represión de la diferencia a nivel de todo un país, pero de quien no queda otra huella? No existen libros que recopilen sus discursos, ni tampoco sus ensayos sobre el tema que sea; su periodismo está lo bastante disperso como para dificultar su seguimiento o contiene tan pocas ideas que, en general, no existe su pensamiento, sino que es, desde el punto cualquiera que se le juzgue, un ejecutor.

 

En términos históricos, un esquema hace tiempo planteado por Hannah Arendt en su célebre estudio sobre el juicio a Adolf Eichmann (de donde nació la idea sobre la "banalidad del mal"): el funcionario modesto que es modelo de dedicación y honestidad; que jamás se opone a ordenanza alguna de la superioridad, sino que más bien se adelanta a desplegar las acciones que satisfacen aquello que él interpreta como los deseos de un abstracto "mando" (que, aunque tiene su figura mayor en un líder concreto, también está fragmentado en disímiles figuras colocadas en un nivel superior) y cuyo único defecto es que pone el absoluto de su energía al servicio de una idea horrible. Pero, incluso dando por hecho que la idea haya podido surgir únicamente en la mente del funcionario (con lo cual sólo serían sus cómplices quienes, a lo largo y ancho del país, están dispuestos a cumplirla, con fervor en no pocas ocasiones), ¿qué hacer con sus pares o superiores jerárquicos en el aparato y cómo evaluarlos? Y, esta vez a mayor profundidad, ¿dónde están las ideas que se opusieron a aquella que tomaba carne en el funcionario ejemplar? No sólo dentro del "mundo de la cultura" (que, en un primerísimo lugar, padecía la arremetida), sino muy especialmente fuera de él y, sobre todo, en el interior del aparato de administración y político. Dicho de otro modo, ¿qué estamentos de la sociedad (e insisto en que, sobre todo, del aparato de administración y político) se opusieron al despliegue de control y represivo? ¿Cuáles personalidades sociales, "cuadros" de dirección, departamentos u oficinas y en qué nivel jerárquico se encontraban? ¿Cuáles fueron sus destinos? ¿Cuáles los de quienes padecieron los efectos del dispositivo?

 

Dada la extensión del dispositivo (medios de comunicación, centros de enseñanza y mundo de la cultura, como mínimo) hasta abarcar el país entero, es natural suponer que los efectos fueron padecidos por toda la población, sólo que aquí se impone considerar la presencia de gradaciones, pues la consecuencia tiene que ser más grave en tanto mayor sea la desviación respecto a aquello que se supone norma; o sea, que habrá personas (muchas) que consideren que o bien los hechos del catálogo no existieron, o ni siquiera los rozaron en sus vidas particulares. Esto, matemáticamente aceptable, conduce —sin embargo— a un razonamiento todavía más grave y de complejo entretejido, pues obliga a imaginar sujetos que "ignoraban", a quienes pareció normal la no existencia en Cuba de jóvenes con pelo largo y vestidos a la moda occidental, que escucharan música cantada en idioma inglés (sobre todo el rock), que leyeran a autores no santificados por la porción más "oficialista" de la institución literatura, que manifestasen orgullo de sus creencias religiosas o que viviesen sin conflictos en el espacio público identidades sexuales alternativas.

 

Dicho de otro modo, si el conflicto existió (y existió), la única forma de apelar al beneficio de la ignorancia es haber sido parte del dispositivo represivo, ya sea por ser uno de sus diversos eslabones (aquellos que aplicaban las directivas o vigilaban su cumplimiento) o por manifestar entonces una sustancial falta de solidaridad con los castigados (bien por compartir el despliegue del dispositivo, bien por simple miedo a también terminar siendo parte o acomodamiento por estimar que no es el problema de uno). Puesto que, pensando estadísticamente, los individuos-eslabones deben de haber sido en puridad una cantidad menor, hay que haber ido reduciendo la relación con el entorno hasta prácticamente la relación con uno mismo para así poder estar seguro de que realmente ignora; es decir, hay que haber callado ante el problema del vecino de barrio, familiar cercano o lejano, compañero de trabajo o simple conocido.

 

Esta marca ejemplar de insolidaridad es uno de los efectos más dañinos de tiempos como los aquí comentados. Tampoco olvido que, para cualificar a quienes padecieron, es imprescindible sumar un elemento más en el análisis: el hecho de que la legislación cubana impida que cualquier ciudadano abandone el país si antes no dispone de un "permiso de salida"; no es un dato gratuito, pues implica que los parias del universo diseñado por el ex funcionario estaban imposibilitados (como opción para no sufrir) incluso de abandonar el país si así lo deseaban: eran, en toda la extensión de la palabra, víctimas. Cultura (publicaciones, sistemas de premio, espectáculos, eventos y exhibiciones artísticas de todo tipo), Enseñanza (programas de estudio, libros de texto, condiciones para la permanencia o acceso a este o aquel nivel), Medios de Comunicación (temas tratados, circulación y —más que nada— la posibilidad de plantear no ya opiniones alternativas, sino simplemente matizadas alrededor de los elementos básicos que conformarían el núcleo ideológico de la estructura represiva), Aparato Político-Administrativo (directivas, decretos, leyes o modificaciones de la ley, rutinas de funcionamiento durante la resolución de problemas, prácticas de interacción respecto a planteos o demandas de la ciudadanía) y Espacio Público (condiciones para su uso, conductas estigmatizadas o estimuladas, introducción de nuevos sentidos o reformulación de tradiciones) son la llave. Lo principal aquí es elucidar si el período, bajo cualquiera de sus denominaciones ("pavonato", "quinquenio gris", "época represiva", etcétera), fue el resultado de la enunciación y puesta en práctica de políticas enunciadas por un hombre (archiresponsable) o si (como los datos —la universalización de determinadas prácticas de control y represivas— permiten sospechar) se trató más bien de la puesta en práctica de una política de Estado, de un proyecto de Nación e ingeniería humana propio del contexto de la Guerra Fría.

 

Aquí es fundamental analizar y develar el tejido de relaciones de esa particular área de la vida cubana dirigida por el ex funcionario con el resto de las áreas que conforman el aparato administrativo, político y, en general, de dirección del país; un análisis que no puede sino abarcar la refracción y efectos de las ordenanzas en los niveles más bajos, así como el modo en que la "superioridad", las cumbres del aparato, sabían de ellas, las controlaban, estimulaban o rechazaban. Hasta tanto la investigación (en particular, la realizada en Cuba) no se proponga (o le sea posible) avanzar en todos estos campos, permanecerá siendo un agujero negro el entorno del ex funcionario, cada vez menos importante como él mismo; esto es verdad, en tanto gana en importancia la necesidad de comprender el diseño global del dispositivo y su manejo desde escalones superiores (al punto de que cualquier búsqueda de culpables palidece ante lo formidable del dispositivo mismo y sus consecuencias hasta hoy).

 

 

Señalo esto último porque la pretensión de encontrar culpabilidades exactas, también puede funcionar como la trampa que obligue a una movilidad infinita en la telaraña de la administración y los estamentos y estructuras políticas; es decir, que junto con la pregunta en un sentido positivo (¿quién fue, enunció, definió, aceptó, estimuló, premió o hizo?) habría que también plantear lo contrario (¿quién concedió, calló, disuadió, falseó, ocultó?). Aún borrando nombres, por piedad o con el deseo de proteger, el proponer ambas series de preguntas en un sentido meramente operacional (¿cómo fue que se…?) puede generar respuestas de interés.

 

En caso contrario, para que las preguntas terminen en Pavón, tendríamos que aceptar la ridícula premisa de que él consiguió dirigir el sector de "la cultura" como cabeza de una suerte de gobierno paralelo del país e incluso en este caso debiéramos de preguntar cómo pudo hacerlo y dónde estaba el gobierno real. Ahora bien, eso a lo que hemos denominado el "catálogo" abarca mucho más que el particular período de Pavón y, en realidad, amenaza con convertirse en una cantidad temporal tan larga como el tiempo de vida de la Revolución cubana hasta el presente (vuelvo a insistir en el hecho de que ninguno de los "hechos" ha sido, al menos hasta ahora y dentro del intercambio de mensajes, refutado).

 

 Se ha hablado de represión por motivos de identidad sexual (lo cual, entre nosotros, abre el camino hacia los años de la UMAP (1965-1968); "Quinquenio gris" (1971-1975, aunque algunos proponen iniciar el período desde antes y extenderlo hasta comienzos de los ochenta) y luego una larga cadena de "hechos" que llega justo hasta los días que corren. Dando como una realidad la aceptación, por parte de los participantes, de la existencia del citado "catálogo" (que, igualmente repito, parece reunir momentos lo suficientemente verosímiles como para que nadie los haya descartado con rapidez), entonces tenemos que agregar un nuevo y mucho más agrio elemento a los análisis a realizar: la continuidad de las prácticas del denominado "pavonato", que incluso anteceden a la aparición del propio Pavón; cosa ésta última que significa, en realidad, el carácter constitutivo de dicha práctica a la cotidianeidad del socialismo cubano.

 

 V Condenar la aparición televisiva de Pavón (como una figura digna de elogio por su trabajo dentro del campo cultural) en un intercambio de correos electrónicos es simple e incluso elemental, aunque no implica que no sea imprescindible también. Enlazada su presencia a la de otros personajes que fueron dirigentes durante la misma época, por más que pueda ser efecto de casualidad o imprevisión, es también un mensaje o un guiño en varias direcciones; a la Historia pasada y futura, a la ciudadanía que ve regresar —de modo subrepticio e incluso sin poder, por desconocimiento, identificarla— una de sus pesadillas y, finalmente, a la alta dirección del país.

 

 Sería pecar de ingenuo hasta la idiotez si se desconoce la extraña situación que vive Cuba, ahora, cuando su figura líder falta de la vida pública hace más de medio año por motivos de salud; contexto donde, de pronto, empiezan a reaparecer antiguos funcionarios que parecían olvidados, gente a cuyo alrededor había una especie de pacto de silencio. Estaban, pero tan poco se hablaba de ellos que hasta ha habido quien ahora, en mitad del intercambio, se sorprende de que continúen trabajando en puestos de responsabilidad e incluso que estén vivos.

 

 

 

 

La tremenda frase de Voltaire ("La casualidad no es, ni puede ser, más que una causa ignorada de un efecto desconocido") nos convoca, sin embargo, a continuar todavía más hondo. ¿Qué puede significar la aparición de este grupo de cuadros de mando de un ejército desaparecido? Por más que haya mensajes del intercambio que intentan convencernos de que "todo es igual", es una verdad auto-evidente que la vida del país ha cambiado (y mucho) con respecto a la atmósfera represiva de aquellos setenta; claro que se me puede responder que el cambio sólo sirve para introducir la continuación, bajo nuevas formas, de la misma e idéntica atmósfera represiva anterior, mas aunque sea se puede conceder que los signos exteriores cambiaron. Puesto que con la anterior directiva del país parecía haber el acuerdo de que "lo Pavón" viviera, hasta físicamente desaparecer, en una suerte de "perfil bajo", ¿cuál otro destinatario puede tener el mensaje que no sea la directiva actual? Como recientemente escuché, imaginando un muy turbio escenario, habría la posibilidad de un juego posicional de poder o pequeño clamor traducible a un marcial: "¡las tropas están listas!" (claro que para un presunto regreso).

 

Siguiendo la broma, y dentro de un alcance mayor, quedaría entonces como tarea lo más interesante, localizar aquel sector que nunca dejó de cepillar los caballos y planchar con almidón el traje con entorchado guardado en el escaparate para el instante del retorno; no sólo los "viejos", sino la fusión de esta ala dura con los nuevos de hoy que, en el fondo, comparten idénticas ideas sobre los modos de gobernar (en verdad, disciplinar) una Nación y la vida de sus habitantes (que, por esencia, dejan de ser ciudadanos dentro de proyectos semejantes).

 

VI Conviene ahora imaginar una posibilidad bien distante, viajar al otro lado del globo y que alguien —que no nos conozca— despierte de su sueño y nos lea; es un aborigen australiano que está aprendiendo el idioma español, tal vez ni siquiera sepa muy bien dónde, con exactitud, se encuentra Cuba, no tiene emoción particular alguna respecto a nuestras vidas. Simplemente nos lee, somos texto ante sus ojos, debe de enfrentar dos series de significado que corren en paralelo e intentará formar una opinión sobre eso; en una carrilera va el país de la celebración oficial, en otra el de la queja de sus intelectuales y hay varias preguntas: ¿qué es aquel (este nuestro) mundo? ¿cuáles sus leyes de funcionamiento? ¿qué vale o no de él? ¿puede ser cambiado lo que no vale y cómo? Si supongo esta posibilidad medio disparatada es para que el traspaso de un límite nos revele lo que realmente está en juego con esta "rebelión" de los intelectuales, esta puesta en escena del dolor que —por primera vez en muchísimo tiempo— no sólo ha tenido lugar, sino que se ha ido abriendo, cada vez más, a campos en los que tal vez no se pensó durante los primeros mensajes; en este punto llamo la atención sobre que alguno de los mensajes llama a controlar el ámbito geográfico que debiera de abarcar el circuito (sólo dentro de Cuba) y que otro explica la no participación de quien lo escribe con el argumento de no dar armas al enemigo externo.

 

Más allá del particular período del denominado "pavonato" o sus efectos, lo que se encuentra en juego es el juicio sobre la vida (cultural y social) en el universo de la Revolución cubana, desde sus orígenes y hasta hoy. Pudiera parecer un acercamiento sumamente extremo, pero si una de las series opera como negación tácita del esplendor u opacidad de la otra, ¿cuál visión tener finalmente? (por ejemplo, ¿qué preguntas esperar de nuestro aborigen australiano el día que nos conozcamos personalmente?) Si bien la indignación ante el homenaje al ex funcionario Pavón es justa, la aspiración a impedir cualquiera otro episodio semejante en el escenario de la televisión cubana (y, por extensión, medios de difusión masiva del país) deja el raro regusto de los sabores ambiguos; uno se siente incómodo aplicando, al antiguo funcionario, las mismas directivas que éste, en el pasado, promulgaba.

 

A fin de cuentas, por mucho dolor que haya podido ocasionar, no se trata de Adolf Eichmann organizando la "solución final" dentro de la cual murieron millones de judíos y seres humanos de otras nacionalidades durante la Segunda Guerra Mundial (en este punto, y esto es importante para el ser humano, corresponde pedir perdón a Pavón por el uso excesivo de su nombre, ya que sólo fue una pequeña figura dentro de la marea que contribuyó a desatar y administrar). Dicho de otro modo, imaginando una posible tabla de gradación del dolor, la sociedad puede permitirse el lujo de que estos ex funcionarios aparezcan, pero también tiene que tener y estimular (sobre todo lo último) espacios donde las actuaciones dañinas para la comunidad sean criticadas.

 

En este sentido, el episodio recién sucedido es ejemplo de la inmadurez del sistema institucional cubano (sus medios masivos de comunicación y, muy especialmente, su aparato político) en lo que toca a la mera existencia de la crítica (que no sólo es señalar si un producto artístico es "bueno" o "malo") y del debate público sobre temas sensibles para la vida nacional (en verdad, casi sobre cualquier tipo de tema). Es sabido que aquí, justo en este punto, va a surgir el argumento de que "no es el momento", "no están creadas las condiciones" o cualquiera otro semejante (que, por demás, los de mi edad venimos escuchando desde la niñez y ya durante casi medio siglo), pero entonces vale la pena revisar la idea que nos propuso Gandhi cuando afirmó que "La verdad nunca daña una causa que es justa".

 

 De las demandas iniciales de los que enviaron mensajes va a quedar muy poco: no va a haber disculpa pública de la televisión (o sea, de sus directivos) y sólo la UNEAC va a emitir una declaración dirigida a sus miembros (como si el "pavonato" y sus consecuencias hubiesen sido sólo cosa de escritores y artistas); a ninguno de los afectados (que con tanta vehemencia enviaron mensajes electrónicos) le va a ser concedida la más grande tribuna nacional para explicarse. La ofensa es enorme y la satisfacción diminuta. Las revisiones posibles a la historia nacional (incluso a ese pequeño período del "pavonato") van a permanecer confinadas a ámbitos académicos, asambleas de gremios o publicaciones sectoriales. El llamado a un nuevo silencio viene junto con la promesa de no repetir viejos errores (para los cuales, también, existe el cómodo expediente de más tarde denominarlos "deformaciones") y el dolor va a seguir guardado como resultado de la renovación del pacto social.

 

A resultas de ello, el problema falso (la aparición del ex funcionario en las pantallas televisivas nacionales) va a sepultar el problema real (la forma de solidaridad y activismo que este intercambio de mensajes propone, la necesidad de que los problemas medulares de la vida nacional sean objeto de debate público y, sobre todo, el contenido mismo de los mensajes: el catálogo).

 

VII Para el final dejo una opinión más personal. Creo que todos hemos padecido eso que en Pavón apenas encontró su nombre, somos sus hijos y sus víctimas.

 

El mismo hecho de que un asunto de tanto tamaño quedara confinado al intercambio entre menos de cincuenta personas (cuando lo que dirimen es uno de nuestros más dañinos pasados y legados nacionales) es tan buena como cualquiera otra prueba donde se le quiera analizar; lo mismo el hecho de haber optado por mantener el silencio cuando tan sencillo (y justo) era ofrecer una disculpa y, mejorando las cosas, aunque sea pedir perdón.

 

Pavonato no es sino uno de los tantos nombres que toman el autoritarismo, la violencia, el miedo, la hipocresía, la doblez, la emocionalidad y otras cualidades dañinas cuando se trata de dirigir masas humanas. Policía cortando cabellos largos y zafando pantalones demasiado estrechos, gente dispuesta a vigilar si escuchabas "música americana" y "emisoras extranjeras", si en el techo de la casa tenías una antena capaz de sintonizar las televisoras "del Norte", hostilidad contra los creyentes religiosos de cualquier denominación, contra la homosexualidad masculina o femenina, contra las escrituras "raras", fueron el alimento de mi niñez y juventud. No poco de ello está igual de vivo hoy, a veces bajo nuevas y sutiles formas, además de que, al crecer, continuamos aprendiendo y sumando elementos a ese catálogo oscuro (censuras, autocensuras, visitas indeseables, abierto miedo).

 

 Muchas demandas de las planteadas en los mensajes permanecen sin respuesta, dada la solución por la cual se optó; por tal motivo quiero manifestar mi total solidaridad con el bello mensaje enviado por Reina María Rodríguez a propósito de la "desactivación" de Antonio José Ponte como miembro de la UNEAC. Igual me interesa aplaudir la honestidad de Francis Sánchez, quien planteó una pregunta medular, que hasta ahora tampoco nadie ha respondido: ¿cuándo, en qué momento de la historia cubana fue que a los intelectuales les dejaron de interesar las cuestiones sociales? ¿cuándo fue que no opinaron acerca de problemas colocados más allá de la estética? ¿cuándo, desde la posición que fuera, dejaron de participar en los conflictos más graves de sus respectivas épocas? (a lo que, en rigor, debiera de agregarse una más: ¿dónde está el espacio para que lo hagan?).

 

A pesar de su magro resultado, si de algo sirve este intercambio de mensajes es para comprobar que la opinión, la conexión y la solidaridad son necesarias y posibles. Tenemos, después de todo, que volver a conocernos, interesarnos y aprender a responder los unos por los otros, muy especialmente esto último. Tenemos familia, amigos, tenemos hijos, no estamos discutiendo un asunto puntual, sino nada menos que el destino de todos ellos; en el caso de los hijos, el país que les vamos a entregar y el horizonte de vida que pueden esperar, dentro del cual van a ser personas con esperanza y sueños o sofocados por nuevos miedos.

 

La intolerancia, la renuncia al diálogo, la neutralización de la diferencia en el espacio público, la autocensura, la intocabilidad del funcionario, la sacralización de la directiva, la simulación, la adulación, son todos componentes del "efecto Pavón". Porque hay que entender lo cultural en una dimensión más profunda que la pertinente al objeto artístico, como ámbito donde la especie humana desarrolla su vida y la transforma; en este sentido, el despliegue de un catálogo de prohibiciones es, también, una forma de fabricar cultura, pero de la obediencia y la pasividad.

 

 Aquí vale la pena volver a las historias personales —por ejemplo, de los de mi edad— y recordar que no es que un grupo de prohibición/sanciones fueran diseñadas y aplicadas para un determinado grupo social que se apartaba de una supuesta norma, sino de los que, como yo, nacíamos dentro de un universo de prohibición y miedo. ¿O acaso alguien imaginó que, porque éramos dulces pioneros de escuela, no teníamos vecinos, amigos, familiares envueltos o arrollados de uno u otro modo por aquello, que tratando de "limpiarnos" (desde un punto de vista metodológico, el superobjetivo tradicional de estas prácticas es construir "futuros luminosos") no nos iban también a contaminar?

 

De este modo, ni siquiera la justificación de que tales no hayan sido los objetivos primarios de tales políticas exculpan de sus efectos y todavía, al parecer durante más tiempo aún, vamos a seguir viviendo dentro del "efecto Pavón", puesto que cada nuevo fallo de dirección y renuncia a la crítica abierta lo actualiza.

 

El espacio público es la clave de todo. Lo fascinante de una Revolución es que libera fuerzas que superan cualquier idea inicial que se tuviera de ella, pero si no puede soportar la discusión de sus problemas, entonces no merece ese nombre.

 

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